sadasant

Daniel Rodríguez
{ "tags" : [ "narrative" , "horror" , "spanish" ] , "title" : "Desvelado en Pesadillas I" }

Cuento corto del 2009.

I

Un sonido metálico sacudió mis pensamientos, mis sueños, mi realidad, rayó el disco, hizo caer una copa, levantó el asfalto, quebró las paredes, reventó los vidrios, explotó a las aves en el aire, una onda expansiva, invisible, destructiva.

Despierta.

. . .

Me encontraba sentado sobre la cama de mi habitación, con las sábanas desparramadas y la oscuridad cubriéndolo todo. Sudaba y respiraba bruscamente, ese sueño me había estado persiguiendo desde varios días atrás. Ya acostado tomé una bocanada de aire, profundamente, tratando de hacer que mi corazón bajara el ritmo. Giré la cabeza y vi al despertador. Su luz roja parecía quemarme la cornea. "00:00", se había desajustado.

Busqué el celular sobre la mesa de noche. Lo abrí, no había señal. El reloj marcaba "02:02". Me llevé las manos a la cabeza lamentando haberme despertado por aquél sueño sin sentido.

Volví a cerrar los ojos.

A la mañana siguiente todo era como de costumbre, la rutina de asearse y cubrirse, cocinar y comer, el frío del piso, el calor de los primeros rayos de sol y en el fondo la ciudad despertaba. Tomé el maletín, bajé por el ascensor, saludé al guardia y me encaminé por la ventosa avenida hacia la parada del bus.

Los perros ladraban lo suficiente para no incomodar, la gente murmuraba, algunos trotaban. Un semáforo, miré el reloj de muñeca, crucé por la linea de peatones y fui al puesto de periódicos como todas las mañanas, a pedir un café. Lo tomé con algo de prisa y me quemé un poco, pero a esas horas no parecía notarse. El cambio en monedas estorbaba en el bolsillo. Seguí caminando y llegué a la parada.

Segundos después, el bus con su sonido de frenos desgastados. Me tocó ir de pie.

Esa mañana me sentía particular, distinto, con adrenalina, como si algo estuviese a punto de pasar, como esas escenas de películas donde todo está demasiado normal, hasta que el desastre ocurre en fracciones de segundos. Pero asumía que eran sólo rastros del sueño de la noche anterior, tal cual ecos en mi mente. El bus se detuvo de repente y una mirada bastó para confirmar que se trataba de una luz en rojo. Los peatones cruzaron.

Al poco rato me bajé y el bus siguió su trayecto. Avancé hacia la puerta del edificio donde trabajaba, otro vigilante, otro ascensor, pero lleno de gente además de un espejo muy amplio, sonreí y me aseguré de haber hecho bien mi aseo diario. Se abrieron las puertas un par de veces y luego me tocó salir. Saludé a la recepcionista, pase a el laberinto de cubículos, estrechando manos con los que estaban bebiendo café y agua mientras reían, me preguntaron si quería ir al juego del próximo viernes, les dije que podía ser.

Dejé la chaqueta sobre el espaldar de la silla y finalmente me senté, abrí el maletín, extraje el computador portátil y lo conecté a la red eléctrica, inicié sesión y empezó un programa de monitoreo, de donde se calculaban mis horarios de trabajo y por ende mi sueldo. Me incliné hacia atrás, respiré, me llevé las manos a la cabeza. Dolor.

No podía sacarme las imágenes del sueño, parecían reproducirse en rápidas sucesiones temporales, una y otra vez, con lujo de detalles.

Se fue el día como vino, rápido, y la rutina dejó su residuo: el cansancio. No era un tipo de muchos amigos en la compañía, me conformaba con cumplir con mis tareas e ir ascendiendo poco a poco de cargo. Había sido uno de los últimos de salir, y me tocó el ascensor solo. Mientras me miraba en el espejo me acordé de unos viejos amigos y decidí llamarlos. Demasiado ocupados, todos. Extrañaba mis días de viajero y todo lo que dejé en Internet para recordarlo.

Me despedí del portero y camine por la solitaria y fría calle, la noche ventosa congelaba mi rostro y ni mi chaqueta ni mis guantes de cuero parecían ayudar. Esperé el autobús.

Llegó, ésta vez estaba solo. Me ubiqué cerca de una ventana y coloqué el maletín sobre mis piernas. La noche era hermosa.

Llegué a mi calle, a mi edificio, a mi ascensor, a mi apartamento. Me preparé un cereal y me fui a mi habitación, a ver televisión un rato hasta dormirme. El sueño llegó temprano.

. . .

Me vi desde afuera, mirando hacia una iluminación desconcertante, todo parecía estar en silencio y de repente el sonido agudo que quebraba mis nervios, solté la copa en mi mano y mientras ésta bailaba en el aire, la música del lugar se detuvo, mi vista se alejó hasta salirse del edificio. Volaba hacia atrás, y observaba cómo desde mi cuerpo aparecía la onda que reventaba el concreto hasta de los edificios circundantes, los vidrios escarchaban la escena...

Abrí los ojos, sentado en el balcón abierto, frente a la ciudad, desnudo y con un brazo apoyado en la mesa, el otro se encontraba en el aire, parecía sostener algo invisible, miré hacia el piso y vi una copa rota, el vino en el suelo mojaba mis píes.

Histeria, locura, desesperación, angustia, pánico, ¡Impotencia!

Ningún sentimiento definía del todo mi actitud. Entré a la casa buscando anormalidades, no encontré nada, busqué una bata, guardé la botella, limpié el piso del balcón y cerré sus puertas. El sonido del viento desapareció y sentí como regresaba la calma.

Sentado en el sofá me sostuve el cráneo con las manos, haciendo presión, la situación era realmente desesperante. Sentí que algo se había quebrado en mi cabeza, que la catástrofe que soñaba no había ocurrido en otro lugar que no fuese ahí, y por más lógico que fuese ese pensamiento lo sentía ilógico, los vidrios rotos me herían por dentro.

Esa noche no pude dormir, y cuando los rayos del sol tocaron mi piel no reaccioné con alegría alguna, sino una enorme frustración. Comí, bajé, el café, la gente, el perro, todo parecía irritarme. Por suerte me fui sentado en el bus. Llegué al trabajo, subí por el ascensor, pase por los cubículos y un compañero quebró la rutina recordándome que hoy era la reunión respectiva de nuestro departamento. Me apresuré al escritorio, dejé la chaqueta, me quité los guantes, puse los lentes en la mesa, encendí mi portátil y me estrujé los ojos sintiendo los primeros efectos de mi poco o casi nulo descanso.

Terminé de sacar unas cuentas para la reunión, me las envié al correo por costumbre y al correo de mi jefe. Cerré todos los programas y apagué la computadora, la guardé en el maletín. Caminé hacia el bebedero y tomé un poco de agua, observé con detalle cómo la burbuja subía, se me hacía relajante. Me encaminé hacia la sala de reuniones.

Al entrar comprobé con alegría no haber llegado ni de primero ni de último. Aparté una silla para sentarme, bajé un poco los lentes oscuros para observar mejor las miradas de los presentes, podía notar el cansancio en sus ojos, otros andaban relajados y me preguntaba cómo podían acostumbrarse tanto a la rutina.

Llegó el jefe. Empezaron las preguntas, los reclamos y las exposiciones de los resultados de cada quién. Eramos 12 y yo era el 11, la espera se hacía tediosa. Habló el primero, el jefe le expresó inconformidad con respecto a su horario de trabajo, éste se sintió ofendido, dijo lo que tenía que decir y perdió, luego aceptó y dio paso al segundo, el cual tuvo una exposición ligeramente más larga, estaba bastante orgulloso de sus logros, me contenté de ver que no me había quedado atrás en nada y que más bien había amplias posibilidades de recibir una felicitación, luego el jefe comentó lo que tenía que comentar y el tercero dijo lo que tenía que decir y...

Me dormí...

Esta vez no soñé, solo vi una luz muy fuerte... hasta que abrí los ojos con el sonido agudo reventando mis tímpanos y con miedo al recordar en dónde me encontraba. Ese miedo se transformó en terror al observar que los doce que se encontraban en esa sala estaban muertos, con heridas graves, degollados, mutilados, desangrados, destrozados, con las ropas rotas. Era una escena sin sentido. Williams exhibía una silla clavada en su pecho. Debran resaltaba al dar muestra de haber impactado con fuerza en la pared del fondo dejando una mancha gigante de sangre y un rastro de su descenso hasta la posición de contorsionista que su cuerpo había tomado.

Me llevé las manos a la cara horrorizado y sentí la humedad, había sangre, en mis manos y en mi boca, y en el fondo se escuchaban gritos y gente en estampida. Una señorita golpeaba la puerta con fuerza, expresaba su preocupación por cómo nos encontrábamos y lo que suponía que había ocurrido, estaba alterada, mencionó algo de la policía y que pronto tratarían de tumbar la puerta.

Necesitaba tiempo para pensar, ¡Tiempo! Para analizar en dónde me había metido, por qué y cómo haría para salir.

Traté de relajarme y me senté para meditar que haría a continuación. ¿Escapar?

¿Cómo?

Y entonces lo vi. Me limpié la boca con la chaqueta de uno de mis compañeros, con la sangre de mi mano me manché el cuello y fui jadeando hacia la puerta de la sala, grité y la abrí, para sostener a la mujer por los hombros y decirle del modo más simple posible lo horrible que había sido lo que nos atacó. De ahí fui corriendo hacia las escaleras, algunos intentaron detenerme, y me alegré por seguir teniendo algo de mi musculatura como para empujarlos un par de metros más allá, bajé algunos pisos asomando únicamente mi rostro, hasta que por fin conseguí uno vacío, me adentré en los pasillos, ubiqué el baño y entré, esperé sentado en un retrete hasta que llegara un trabajador, abrí la puerta y me fui hacia él con velocidad, lo asfixié hasta dejarlo inconsciente, cerré el baño con llave, lo desnudé, me desnudé y lavé toda presencia de sangre, me vestí con su ropa (que era al menos una talla más grande) y salí hacia los ascensores de ese piso, con suma seriedad. Los encontré sin dificultad. Llamé con el botón a un costado y esperé con cierta distancia para asegurarme de que ningún compañero de trabajo estuviese dentro. Se abrió la puerta y estaba solo, entonces sentí que algún tipo de milagro había ocurrido, pero no tuve tiempo para pensarlo y entré, seleccioné el sótano y esperé. Llegué al sótano y comprendí que había ocurrido otro milagro al no haberse detenido el ascensor en ningún piso. Busqué la salida, me fui con calma. Caminé hacia una parada de autobús y tomé uno que se dirigía a un centro comercial cercano.

Llegué y fui directo a comprar un cafe.
Me senté y lo tomé.
Me quemé nuevamente.

No quedaba mucho que hacer, era fácil identificarme y conseguirme, y mucho más culparme de un delito que... ¿Cometí?

¿Quién soy?

¿Qué soy?

Alguien relativamente joven sin un medio social amplio. Responsable. Debí tener por lo menos centenares de millones de registros en toda clase de tiendas, y los bancos ni hablar.

¿Qué haré?

Posé mis brazos en la mesa y me acurruqué entre ellos, tratando de pensar, de relajarme. Había bastante gente, niños llorando a lo lejos, mujeres, hombres, pasos, algunos lejos, otros muy cerca, demasiado cerca. Éstos últimos parecieron detenerse frente a mi mesa. Tras unos segundos de suspenso alcé mi mirada para encontrar el vacío.

Respiré profundamente, decepcionado al sentir como me engañaban mis sentidos. ¡Pero no! había algo en mi mesa... un sobre.

by-nc-sa Daniel Rodríguez.