sadasant

Daniel Rodríguez
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y sombras.

Destellos

Descendiendo por el horizonte, la lúmina sucede su trono a la oscura. Los focos veloces dibujando siluetas, los minutos se hacen horas y en el silencio se alza por hombres la bulla.

En el ágora se articulan agites complejos que por el insomnio se disfrazan de acertijos. En el valle de nubes se queman lienzos vacíos.

Mientras bosquejos se trazan sobre el asfalto, el sismo de rostros ocultos que asechan se hace pulso y con el impulso empieza la adrenalina, lajante de estragos saturados de aventura.

El lustre de las espadas se arropa en la carne de cuerpos danzantes. Las telas que se amoldan con el viento se mojan con los cortes. A la voz del trueno una mente se colma de tensos metales.

La plaza se cubre con ecos de gritos que el tiempo sin dudar diluye, como se secan los ojos novicios al ver al menos un foco de luz.

Despierta

La noche era fresca, con hebras de aromas húmedos y vivos. Las nubes danzaban clandestinas bajo la cobija estelar. Las estrellas desfilaban en círculos, cortando líneas metálicas en el cielo.

Sobre la colina de musgos y frailejones, corría un ser cubierto de pesares y enredado en esperanzas. Con sus sandalias vacilaba sobre las rocas, llenándose las uñas de arena al resbalar. Entre el callado trasladar de vapores, se movía una sombra de hombre. Se movía como cabra por los riscos, a veces como serpiente, muchas otras como el deseo de ser halcón y jugar a volar por las cimas.

Cosechaba lágrimas en sus ojos, de felicidad. Tomaban forma a medida que las memorias se le alzaban en protesta. Era una marcha de reclamos y delirios.

Galopó sobre su régimen, escondiendo en el más cauteloso silencio, el deseo de reformular su obra, de recalcular sus caminos, de desdibujarse y reencontrar el motivo por el cual la tinta en sus venas fluía.

Al revés del séptimo risco, encontró en un agujero olvidado, aquella grieta a la realidad que había escondido eras atrás. Una gema transparente, de valor incalculable, que expedía un reflejo mortal. Un lustre de procedencia inverosímil, solo comparable con la hipótesis de un universo reflexivo, en el que el cosmos era en si mismo, consciente.

La inamovible oscuridad le calmaba, la luna desde lo alto vigilaba, y las estrellas se miraban entre ellas, con angustia.

Con su mano dentro de los límites cursivos del tiempo, buscó dejar en alguna arista de espacio, su fe. Desde el momento en el que sintió la grama entre sus dedos. Cuando temió perder la paz por las armas. Al ver al anhelo hospedarse en sus párpados. Supo que ninguna de sus horas habían corrido solas.

Durante algunos instantes afligidos, creyó desistir, hasta que logró ubicar sus latidos. Incluso a esas dimensiones penaba la incertidumbre, pero al soltarla, sus lágrimas fluyeron por sus mejillas y se precipitaron. Sus latidos pararon y en la madrugada se deshizo.

"Despierta", dijeron tus labios.

by-nc-sa Daniel Rodríguez.