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Daniel Rodríguez
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Durante repetidas ocasiones, en períodos distintos de los últimos años, hablé para algunos pocos atentos sobre un estado mental al cual quise llamar "ruido", aunque más adelante y gracias a sus respuestas consideré llamarlo "estar embotado"; lo describiría como el resultado de tener muchas ideas en mente, pero que estas converjan y colapsen, convulsionen, se inflamen y se vuelvan insoportables. Mil voces discutiendo entre sien y sien. Una bandada de pajaros volando a tu alrededor mientras te gritan con megáfonos. Docenas de perros ladrando(te). Una zona de desenfoque en la vista cuando intentas mirar lejos. Estar a solas y encerrado con el ruido en tus oídos, pero en el día a día, en situaciones normales. Trato de expresarme y me ahogo.

Decirlo todo y a la vez decir nada.

En lo personal, en una primera vista descartaría la posibilidad de una causa física, es decir, en una conversación típica, mi padre me cuenta sobre las canciones que solíamos cantar durante mis primeros años y me antojo de practicar el canto que nunca procuré desarrollar, pero por otro lado me acuerdo del resto de las artes que quise/quiero practicar, lleno mi mente con lo que esos pensamientos evocan y en poco tiempo me encuentro recreando centenares de escenas, colores, imágenes, sonidos y emociones, pensando en la planificación de mi semana, en tesis, en el último algoritmo que boceteé en mi mente para escribir en unas horas, los proyectos fallidos, en los no empezados, en las tensiones cotidianas, en las redes sociales, en hackers, magos, cyberpunk, distopias, populismo, bandalismo, rebelión, libertad y besos.

Una chica de forma cambiante se proyecta frente a mi en un cuarto de iluminación tenue, pero caleidoscópico. Ambos mirándonos. Su piel varía en textura y contextura, en vellosidad. El contexto emocional y conceptual titubea entre flashes familiares y nerviosos. Su mirada ilusionada e incomprendida me mira, a veces entre risas, otras entre lagrimas. Escondo mis dedos en la humedad de sus dedos, siento sus uñas escabullirse, como el agua... llueve, se mojan mis dibujos y el lapiz deja de marcar sobre la hoja, siento el cemento irregular debajo y me levanto, con el pantalón recogido y el agua hasta las rodillas, rodeado de plantas, secas, corrí con mis brazos en el aire por el trigal, mirando al cielo despejado saludarme y anular su saludo al ver que no se lo devuelvo, desconcertado, trato de enmendar mi lentitud y le extiendo la mano, pero me ignora y sigue adelante. Sigo mi camino entre la gente, esperando no perderme la conferencia que recién inicia, apurado, desprendo los audifonos de mis oídos y los escondo en el bolso, para que en las calles no sospechen lo que llevo, sonrío y bajo del bus con sigilo, esperando encontrar a mis amigos, en el típico salón de siempre, donde hacía unas horas (¿cuántas?) discutía sobre una evaluación irracional, sin preocuarme por las repercuciones, valiente como para tuitearlo.

No podía evitarlo, me encontraba con la corbata al cuello, me abro espacio y siento que me desprendo, como el botón que se suelta de la camisa y cae en el suelo, para luego en primavera florear y servir de alimento, participar en una cadena, aplaudir, como las palomas que despegan en la plaza del obelisco, con el sonido de las turbinas en el revés de tus oidos, como quien se maravilla al ver la tierra desde el aire, o la emoción de las turbulencias de arriesgarse a ser lider, a querer darle camino y sentido a quienes creen en ti, pero sabiendo que nada lo tiene. El catatumbo de los tambores y sus golpes, te pixelan, te desenfocan, te minmizan.

Cuando te abres encuentras una actualización de estado, una mención de tu amada razón, que te dice con memes la historia inventada de un hombre al que le recordaste, te etiqueta y tu te las quitas para que no te asocien, aunque te gusta que te encuentren, y por eso te haces un nombre y luchas por representarte ante el juzgado, poniendo en tu defensa las debilidades del hombre, al que acusas, objetas tu participación, te protagonizas y consigues un elenco; un productor patrocina tu esfuerzo y te sientes librerado a la mitad, aún con tus ataduras subconscientes, que te hacen asumir que la realidad es injusta, vociferando atrocidades mientras intentas reniciar la partida, te tomas un tiempo y sientes como los competidores se aceleran, re-ingresas al campo de batalla, listo para luchar, decides por otros no sólo el motivo de sus acciones, sino también sus destinos, desaparecen, declaras victoria.

(a solas)

De la mano celebras con tu amor el éxito que sostienes entre tus brazos, con su pequeño logo sonriente, se te turban los ojos, cansados por haber dejado de dormir en años, con ganas de soltarlo y retirarte, pero con miedo de hacerlo muy pronto (o muy tarde). Lo encierras y vigilas, pero se te escapa de las manos, crece hasta un punto donde ya no sabes si es tuyo, y sigue así hasta que es él quien te sostiene. Ahora tu temes que te deje caer en el suelo.

Allá abajo hay más vida que la que podrías construir con tus manos, lo sabes porque lo ves en los ojos profundos y críticos de la experiencia, la viste mirar una tienda de joyas, luciendo su cabello perlado y un vestido morado, la ves y te recuerda a aquella niña que alguna ves miraste descuidadamente desde tu mesa, con el borrador y la punta del lapiz partidos, en el momento preciso en el que la profesora dice tu nombre y te alarmas, haciendo más obvia tu situación ¡Y todos se rien! Incluso tú.

Esos impulsos espasmódicos, contractorios e involuntarios de vida, como los latidos, nos constituyen. En lo personal, una de las cosas que más admiro de la existencia es su irregularidad, curiosamente el tiempo tanscurre lo suficentemente lento como para que le encontremos forma a la degeneración de la energía, si te pones a pensarlo, sería como intentar esculpir en la combustión breve de una explosión. Imposible, para mi, injustificarnos. Todo evento percibible ocurre por infinitas razones, muchas más allá de lo razonable, ya sea lo comúnmente aceptado, o lo irreverente, escapar a la propia voluntad de vivir acorde a lo que consideramos correcto, se escapa de nuestras capacidades, así como tratar de conceptualizar lo incomprensible. A escalas inescalables. Permitámonos avanzar al paso de nuestros latidos y hagamos jazz con los contratiempos. Seamos libres, aceptando nuestras responsabilidades e impulsos. En un momento de introspección nos liberamos, atándonos a todo. Nos hacemos uno con lo que somos hoy, antes y después del tiempo, sin temor a agotarnos. Organizados en el caos, pero entrópicos. Así como la creatividad y las ideas.

Irreprimibles.

by-nc-sa Daniel Rodríguez.