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Daniel Rodríguez
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Recordar un rostro que llevamos viendo por años sólo habla de esos años viendo aquel rostro, y no del origen de las marcas que se asientan en las comisuras, o en los bultos que conforman el volumen de esa figura. Así mismo, el rostro de la ciudad en donde vivimos no es distinto al de un ser querido, por ello sentimos que es parte de nuestra propiedad, no lo que en realidad existe, sino lo que consiste para nosotros. Después de todo, las circunstancias se han adueñado de aquellas vidas mucho antes de proclamarlas, así como las ciudades han tenido muchos dueños. Eventualmente todos aprenden a servir a quienes les engendran. También eventualmente, los dueños cambian, y la figura cambia con ellos.

Una propuesta exitosa produce algo que toma direcciones predecibles por un tiempo breve, lo producido (lo entienda o no) cede a su diseño, es decir, tiene de manera inherente la responsabilidad de atender a lo que se le ha convocado. Es importante entender que toda figura tiene un diseño y un dueño, porque, por ejemplo, al mirar un busto de concreto que escapa el alcance de la mirada, sería muy inocente verle como algo producto del accidente, como si fuesen marcas en la luna; acusarle de tal sería tomar de imprevisto a cualquier vestigio de intención. Descubrimos quienes están detrás al intentar hacer cambios: si alteramos mucho, llegan a corregirnos.

La idea de que infinitos cambios pueden producir algo memorable no es impensable, nada plenamente aleatorio puede concluir de manera predecible, sin embargo parece improbable, sobre todo con tantas oportunidades de que cuanto mucho salga ruido. Algunos eruditos han llegado a decir que, por principios de diseño de la realidad, el desorden se organiza eventualmente, en redes que ceden a soluciones eficientes - por naturaleza.

También podríamos decir que la energía que nos conforma es en cualquier caso prestada, un asunto temporal al que nos acostumbramos. Sea cual sea la justificación a la que se sostenga, todos los que hemos sido producidos tenemos una deuda, si no, muchas. Eventualmente atendemos ese déficit, devolviendo el favor, incluso el de la vida.

Todos estos efectos toman forma de estructura cuando interactúan con diversos intérpretes. La intención se hace función. Así, nuestra vida termina siendo en función de muchos planes, protocolos, acuerdos, costumbres, etc. Nos acomodamos en una serie de actividades que apuntan a ciertos objetivos, y pasamos a través de muchas otras expectativas o campañas, ignorando la mayoría. Sin saberlo, todos participamos en conspiraciones, en juegos de otros, y otros participan en nuestras jugadas. Conformamos capas debajo de capas de composición similar, en cualquier ubicación estaremos encima de algunos y debajo de otros, decidiendo si jugar a construir volúmenes o fisuras, sin poder entender la gran figura.

by-nc-sa Daniel Rodríguez.